Durante la era Victoriana (de mediados a finales del siglo XIX) las fotografías de un ser amado recién fallecido servían como substitutos y recordatorios de esta pérdida.
Las fotografías de seres queridos tomadas después de su muerte pueden parecer morbosas para la sensibilidad moderna. Pero en la Inglaterra victoriana, se convirtieron en una forma de conmemorar a los fallecidos y de atenuar la intensidad del dolor.

Las familias que no tenían el dinero para pagar un retrato pintado podían, al menos, contratar la toma de una fotografía rápidamente después de la muerte.
Esto era muy importante, especialmente cuando no existían más fotos de la persona fallecida.

La invención de la Carte de Visite, la cual permitía la impresión de varias copias desde un mismo negativo, ayudó a que las imágenes pudieran ser enviadas a los familiares que vivían lejos.
Los fallecidos eran representados como si estuvieran durmiendo pacíficamente en vez de parecer muertos.

La vida victoriana estaba impregnada de muerte. Epidemias como la difteria, el tifus y el cólera dejaron una profunda huella en el país, y a partir de 1861, la reina enlutada convirtió el luto en una moda.
Los retratos post mortem se volvieron cada vez más populares. Las guarderías victorianas estaban plagadas de sarampión, difteria, fiebre escarlatina y rubéola, todas enfermedades que podían ser mortales.

A menudo era la primera vez que las familias pensaban en hacerse una fotografía: era la última oportunidad de tener una imagen permanente de un hijo querido.
Pero a medida que la atención médica mejoró la esperanza de vida de los niños, la demanda de fotografías post mortem disminuyó.

La llegada de las fotografías instantáneas marcó la sentencia de muerte para este arte, ya que la mayoría de las familias comenzaban a tomar fotos en vida.
Hoy en día, estas imágenes de hombres, mujeres y niños, conteniendo estoicamente su dolor para preservar el rostro de un ser querido arrebatado demasiado pronto, siguen haciendo honor a su nombre.

Ver a madres en este tipo de fotografías con sus hijos es especialmente conmovedor, como si el espectador pudiera ver a través de sus ojos y comprender la profundidad de su dolor.
Otras veces, el niño aparecía en un ataúd o colocado tranquilamente en algún lugar de la casa.

El duelo por cualquier ser querido es un proceso complicado, y sería insensato intentar afirmar qué sentían las personas al enfrentarse a tales circunstancias.
Pero la variedad en la composición de estas fotos y la adherencia a tomarlas como una tradición cultural sugieren al menos que ambos temas de la fotografía — la negación y la aceptación romántica — son formas socialmente aceptables de llorar la pérdida de alguien.
